29 de marzo de 2011

LA NIÑA RUBIA

El matrimonio aquel, no tenia hijos, por ese motivo María no era feliz, su vida transcurría monótona y obsesionada con la idea de tener niños.
Su marido tenía tierras y ganado, que con ayuda de jornaleros lograban buenas cosechas. Tampoco a la señora le faltaba una criada para lavarle la ropa y ayudarle en el cortijo.
María tenía todo lo que mucha gente de su entorno en aquellos años 50 le podía envidiar. Cuando a su alrededor todos pasaban fatigas para conseguir un jornal, ella se podía permitir el lujo de usar cremas para la cara, el Visnú, los perfumes y muchas otras cosas prohibidas por la escasez de la época para las demás mujeres.
Su cara muy blanca, por las cremas o polvos que usaba, el pelo muy largo y liso, de un negro brillante pringoso (contaba ella que lo cuidaba con aceite de romero) la impresión al ver su aspecto resultaba un tanto extraño en aquel mundo bucólico en el que vivían en medio del campo. El matrimonio no le gustaba relacionarse con la gente de la zona, salían de casa solo lo imprescindible.
María solo se ocupaba de ella, pensando la forma de llenar ese vacío que sentía al faltarle ese hijo tan deseado. No podía entender porque le había tocado la desgracia de no tenerlos cuando todas las demás mujeres tenían tres, cuatro, cinco, incluso más.
No muy lejos de donde vivían había un matrimonio más joven que ellos que tenían un niño y una niña. Desde que nació aquella niña, María se encapricho de la pequeña, según la veía crecer le parecía una princesita, con ese pelito rizado y rubio. Justo la hija que ella hubiera deseado tener.
Como dicho matrimonio tuvieron años después otra niña, María empezó a soñar, pensando que podía ser la ocasión de pedir la pequeña a sus padres, supuesto ellos tenían ya otra, no les importaría dársela. Según lo venia pensando, así se lo expuso al matrimonio vecino, a la niña no le faltaría de nada, la tendrían cerca para verla todos los días y en su casa podía vivir con todos los caprichos que en esa humilde casa no podían darle.
Como era de suponer aquellos padres amantes de sus hijos, recibieron esta propuesta como una locura de aquella señora caprichosa que pensaba conseguir todo con su dinero. Dijeron un no rotundo a tanta insensatez. Cuando alguna vez insistía en hablar del tema, ellos lo dejaban pasar, como que la mujer no estaba bien, como si les diese pena de su mente obsesiva. Solo le respondían ¿Pregúntale a la rubita?
Sin embargo ella no se daba por vencida y no dejaba de acosar a la pequeña, con palabras como ¡Estarás muy bien, vente conmigo! ¡Mira que tengo guardado, para cuando te vengas! La niña no hacia caso, solo entendía lo molesto que resultaba oír su cansina cantinela cada día que se la encontraba.
Después de 4 o 5 años, la obsesión de aquella pobre mujer no desaparecía; un día tuvo la ocasión de enseñarle a la pequeña las cosas que había perdido al no irse a vivir con ella. Le tenia una bonita habitación toda de rosa, con alguna muñeca, un reloj de oro además de una medalla y muchos cuentos. Esa fue la última vez que la niña la visito. Le dio tanto miedo, que llego a pensar que un día la encerraría en su casa.
Ni siquiera los cuentos podían llamar la atención de la pequeña que ese día fue consciente de lo que pretendía la señora. Quería separarla de sus padres y hermanos. Además, desde ese momento, también empezó a tener desconfianza de los pensamientos de sus padres. ¿Por qué no habían parado las ilusiones de aquella mujer? Tuvo que pasar algún tiempo sin verla, para que la pequeña no sintiera el temor de que la iban a separar de su familia.
Al final, aquella habitación fue ocupada por una jovencita adolescente, que colmaría la dicha de María. Y la tranquilidad de la niñita rubia.

2 comentarios:

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  2. Antiguamente no se tenia en cuenta lo que podía traumatizar a los niños, se daban los pequeños, a familiares o conocidos como quien regala un objeto. Menos mal que todo ha cambiado.

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