Quiero recordar y no siempre puedo, no es fácil después de
tantos años.
Quiero escudriñar en
mi memoria para recordar los días de escuela y sus tardes de lectura, al final
me llegan imágenes un poco difusas pero con la sensación y nostalgia de haber
vivido felizmente esas tardes de invierno. Según transcurrían las horas del día
la estufa de carbón aportaba a la escuela una agradable temperatura con un ambiente relajado y apacible. Al contrario que
en la mañana donde la tensión que suponía dar la lección o entender los
problemas de matemáticas, conseguía mi frustración y desanimo.
Se leía todas las tardes, mientras unas niñas hacíamos
labores, cada tarde había una que le tocaba leer, no puedo asegurar con cual de
las dos actividades disfrutaba mas, siempre han sido mis dos mayores aficiones,
pero es de suponer que la lectura requería menos esfuerzo y podías meterte en
la historia sin el mayor problema. Porque no siempre la que leía sabía
pronunciar correctamente, al final nunca te enterabas bien de la narración.
No se que hubiera
dado en aquellos años por llevarme uno de esos libros de cuentos, aunque hubiera
sido tan solo un día a mi casa, haberlo repasado una y otra vez hasta cansarme
de leerlo.
Unos años después descubriría los romances, aquellos poemas
que contaban historias interesantes de manera que las pudiera entender el
pueblo y que desde épocas remotas había sido la única forma de recibir noticias
de tierras lejanas.
Llegaban como por arte de magia. Un buen día aparecía
alguien por las calles recitando o cantando con esa musiquilla pegadiza que evoca el medievo y rápidamente eran seguidos por niños y niñas para hacerle corro y escucharle
con atención o comprarle si disponíamos de una perra gorda, o sea -diez céntimos
de aquellos años- Estos poemas hablaban de Don Rodrigo el Cid, de moros que tenían
princesas cautivas, adulterios o asesinatos contando en cada una de ellas sus
penas, alegrías y sus vergüenzas.
Recuerdo entre otros muchos el romance de Las tres cautivas,
Rosalinda, La reina mora, pero había uno en particular que nunca olvide.
Gerineldo, este romance lo recitaba y cantaba con frecuencia, me llamaba la
atención aquel nombre tan raro, y como no, la picaresca de aquella princesa tan
descarada que se atrevía a citar a tan arrogante mozo a su alcoba.
![]() |
GERINELDO Y LA INFANTA |
Gerineldito pulido,
¡quién te pillara esta noche
tres horas a mi albedrío!
– Como soy vuestro criado,
señora, os burláis conmigo.
– No me burlo, Gerineldo,
que de veras te lo digo.
A las diez se acuesta el rey,
a las once está dormido
y a eso de las once y media
pide el rey su vestido.
– Que lo suba Gerineldo
que es mi paje más querido.
Unos dicen: no está en casa;
y otros que no lo habían visto.
El rey, que lo sospechaba,
al cuarto fue dirigido,
con zapatillas de seda
pa que no fuera sentido.
Se los encontró a los dos
como mujer y marido.
"Si mato a mi hija infanta
dejo el palacio perdido
y si mato a Gerineldo
lo he criado desde niño.
Pondré mi espada por medio
pa que sirva de testigo."
A lo frío de la espada
la princesa lo ha sentido:
– ¡Levántate, Gerineldo,
que somos los dos perdidos,
que la espada de mi padre
entre los dos ha dormido!
– ¿Por dónde me iré yo ahora?
¿por dónde me iré, Dios mío?
Me iré por esos jardines
a coger rosas y lirios.
Y el rey, que estaba en acecho,
al encuentro le ha salido.
– ¿Dónde vienes, Gerineldo,
tan triste y descolorido?
– Vengo de vuestro jardín, señor,
de coger rosas y lirios.
– No me niegues, Gerineldo,
que con mi hija has dormido.
Hincó la rodilla en tierra,
de esta manera le dijo:
– Dame la muerte, buen rey,
que yo la culpa he tenido.
– No te mato, Gerineldo,
que te crié desde niño.
Para mañana a las doce
seréis mujer y marido