30 de enero de 2012

MI AMIGA LUISA


Ya quedábamos pocas chicas, todas iban saliendo del pueblo, había que buscar un futuro que el pueblo no podía darnos.
Siempre he dicho que todas las amigas que tuve en Conquista, colaboraron a que los días fuesen más llevaderos.

 Luisa, fue una de las amigas que tuvo que soportar por más tiempo mis días tristes, por ser una de las últimas que estuvo conmigo hasta mí salida del pueblo. Fueron tantas las confidencias compartidas con ella, que siempre me quedó la duda si quizás fui demasiado egoísta al hacerla participe de mis problemas.

Teníamos 15 años y mucho que contarnos, todos los ratos libres que nos dejaban nuestras obligaciones entre costuras, los pasábamos juntas.

En el pueblo las diversiones seguían siendo pocas. Los domingos por la mañana la misa y en la tarde un paseo por La Estación. Creo que en ese tiempo ya se hacían guateques pero no era para nosotras.

Ese año volvían los carnavales después de unos años de prohibición todo el pueblo estaba revolucionado por ese motivo, preparando sus disfraces y mascaras para esos días.

Llego el primer día de carnaval, todo en la calle era fiesta, las mascaras unas iban otras venían todas disfrutando de su anonimato. A nosotras solo nos quedaba mirar por la ventana con un poco de envidia. (Que nos vieran donde todo el mundo reía y se divertía no estaba bien, Teníamos luto).  

En un momento tuvimos la inspiración. Si nos disfrazamos podemos pasar desapercibidas, ocultas tras la mascara nadie nos conocerá, y reiremos como hace tiempo que no lo hacemos.

 Busque en el baúl de mi madre, había un vestido y una mantilla de aquel día que fue madrina, allí estaban también sus zapatos de tacón. Luisa que era alta y fuerte, se vistió como un elegante padrino, la madrina dando traspiés, y haciendo un gran esfuerzo por mantenerse sobre los tacones sin caerse, manteniendo el equilibrio gracias al brazo de su pareja.  

 Así fue como recorrimos las calles del pueblo, distorsionando la voz  y gritando para llamar la atención.

En el recorrido pasamos por la Calle Nueva. Justo en la puerta de La Iglesia vemos a Don Francisco el cura (con algo de respeto por nuestro atrevimiento, pero aprovechando la situación de la incógnita) nos reíamos con ganas, siguiendo el juego “del no me conoces”. El aseguraba conocernos, confundiéndonos con otra pareja,  pero no podía imaginar que tenía delante a dos muchachas del grupo que todas las tardes acudía al rosario, rezando y cantando a la Virgen como si nunca hubieran roto un plato.

Tal como habíamos  pensado, fue un rato para reír con ganas y sin miedo a que nadie nos conociera.

Cuando un día tuvimos que despedirnos, nos prometimos que nos seguiríamos contando todo lo que en nuestro día a día fuésemos viviendo. Las amigas nuevas que yo tendría en Madrid, los chicos que conociéramos, los novios. “Tenemos que contarnos todo hasta que cada una lleguemos a casarnos.” Que ingenuas, porque nuestro contacto duro un año  por carta, justo hasta el momento que nos echamos novio. 
Las amigas, sin darnos cuenta pasamos a un segundo lugar, más aun, cuando nos separaba la distancia.