La mas pequeña de la casa siempre compartía con ella lo que comía, lo mismo le daba pan, que un tomate o un pepino, así tenia ganada su confianza, tanto que a la hora de montar, solo tenia que agarrarse a la cola y gatear por sus patas para encaramarse a su lomo.
El agua quedaba lejos, por ese motivo costaba trabajo acarrearla, había que hacerlo con la yegua, empezando por ponerle el aparejo, ciñendo bien la cincha y colocando las aguaderas para poder llevar cuatro cantaros, además no se podía olvidar un cubo, el cubo era parte importante en este menester (Luego sabremos el misterio de este cubo) Como los mayores tenían muchas otras ocupaciones, la tarea de traer agua la podían hacer los más pequeños, cosa que se tomaban estos, como un paseo entretenido.
Las dos pequeñas se montaban en la yegua, y como si se fuesen de romería, cantando a dúo, alegraban los campos y caminos por donde iban pasando. La gente de los huertos al oírlas ya sabían que era la manera que ellas tenían de no tener miedo a nada, ni a nadie, estar siempre juntas y cantar para ahuyentar los bichos y animales que podían cruzarse en su camino. De las dos, la más pequeña era la menos miedosa y la mas atrevida tratándose de ir sobre la yegua, por eso cuando se cansaba de ir sentada, se ponía de pie en cima de la yegua empezando a bailar (todo esto sin parar de andar) de esta manera la actuación se hacia mas interesante y atractiva. El animal se movía con sumo cuidado, bien parecía que se diera cuenta de la inocencia de las chiquillas, cuidando sus pasos para que no les pasase nada.
Si el agua era para la casa, se iba a la fuente que había en la estación, si era para los animales podías traerla de las charcas en las graveras de las minas. Aquí es donde se hacia imprescindible el cubo (para las pequeñas hubiera sido imposible llenar los cantaros sin el) en la fuente, la que estaba en el suelo, ponía un poco de agua en el cubo y se lo daba a la que estaba encima de la yegua y así iban llenando los cuatro cantaros, si había que hacerlo en las charcas, lo mejor era meter el animal en el agua que le cubría hasta la panza, de esta forma, desde arriba, solo tenían que alargar el brazo con el cubo para coger el agua y luego vaciar en el cántaro.
Todo esto lo hacían sin prisas, entre cántaro y cántaro se pasaban el tiempo mirando los animalillos del agua, los llamativos avioncitos en los juncos, los zapateros, esos insectos tan curiosos que se movían tan rápidos y nunca se hundían, lo mismo intentaban coger una rana, un renacuajo, o simplemente hacían planear un piedra tirándola sobre el agua contando cuantos saltos daba sobre ella.
Mientras tanto la yegua aguantando con las patas en remojo en medio de la charca. Si hubiese podido hablar la pobre yegua la de veces que hubiera dicho que ella no era un juguete, que era un animal, solo que tenia inteligencia y mucha paciencia con los niños.