Me gustaría poder contar que este verano estuve en un
país muy lejano, donde el termómetro no pasaba de los 24- 25 grados, con playas
de arena blanca y aguas trasparentes de un azul tan intenso como el cielo en un
bonito día de primavera.
O deciros que hice un crucero maravilloso tan de moda
en esta época y que tanto me gustaría hacer. Aunque tampoco me hubiera
importado poder decir que me quedé en alguna provincia del norte, el único
sitio de España que me gusta visitar en verano.
Algo así,
hubiera deseado contaros. Pero mi tiempo de verano (que no llamo vacaciones) ha
sido más sencillo de lo que yo pudiera desear. Solo fue cambiar la Capital por
el campo en plena Mancha Conquense.
Bonitos amaneceres de dulce despertar con el trino de
pájaros y el canto del gallo, días de intenso calor donde solo se escuchan las
cigarras, las tórtolas y alguna urraca, y noches que dan un respiro agradable en la temperatura,
que invitan a un sueño reparador con el arrullo del canto de grillos y ranas
que parecen cantar nanas en el silencio de la noche. Sin perdernos en la
madrugada del 12 al 13 de agosto, la contemplación de las Perseidas o Lagrimas
de San Lorenzo. Para ver este espectáculo se aconseja hacerlo en compañía para
evitar que uno se duerma, hay que tumbarse en posición horizontal, ponerse ropa
de abrigo o una manta, con los ojos bien abiertos y a disfrutar del espectáculo
pidiendo algún deseo.

Como “El que no se conforma es porque no quiere” y
como suelo decir siempre “Más vale tarde que nunca” Lo mejor de mi verano ha
sido leer Don Quijote de la Mancha. ¡Así ha sido, he leído El Quijote! Algo
impensable hasta hace poco. Me parecía inmenso si alguna vez me decidía a tenerlo
entre mis manos. Esos dos tomos tan enormes era mucho para mí.
Este verano me
propuse que tenía que leerlo y lo he conseguido, y como es de suponer he
quedado maravillada con la lectura de esta novela. He viajado con la imaginación
a muchos lugares que ya había visitado en distintas ocasiones, siempre
escuchando contar por otros, la singular andadura del caballero de la Triste Figura
y su escudero Sancho Panza por tierras de la Mancha.
Según iba leyendo me trasportaba en el tiempo a los sitios conocidos, con una visión mas real de
las famosas fábulas y vivencias de esta impresionante obra de Don Miguel de
Cervantes. Dejándome llevar por la magia de la maravillosa pluma de este
peculiar personaje, recorrí de nuevo la Venta del Quijote en Puerto lapice, la que le pareció un castillo donde le pide al ventero que le arme caballero empezando así su genial aventura. La Aldea del Toboso donde vivía su adorada
Dulcinea. Campo de Criptana lugar en el que sucede la aventura de los
“Gigantes” o “Molinos” Osa de Montiel para revivir el sueño o fantasía que tubo
en la famosa cueva de Montesinos y donde descubrió el hechizo de Ruidera sus
hijas y sobrinas convertidas en lagunas. Hoy conocidas como las famosas Lagunas de Ruidera.
Su paso por el famoso Valle de Alcudia haciendo
descanso bajo encinares y alcornocales para finalmente llegar a
Sierra Madrona el lugar donde por unos días hizo penitencia Don Quijote, recordando
las grandes peñas o arroyuelos de esta zona y parar en la Venta del Alcalde o
de la Inés, venta que aun se conserva y que Miguel de Cervantes conoció en sus
viajes desde Toledo a Córdoba por ser parada obligada en el antiguo Camino Real
de la Plata.
El haber hecho este recorrido en numerosas ocasiones le permitió a
Cervantes conocer con exactitud estos
parajes, las costumbres de sus habitantes y de su sabiduría popular, también
entender la forma en que estos recurrían a
refranes para solventar sus limitaciones culturales. El reflejo queda en
los dichos de Sancho que con estos refranes expresaba su parecer de una forma
más rápida y concreta a cualquier conversación que mantenía con su amo, aunque
tanto abusaba de ellos que los usaba sin venir a cuento, consiguiendo enfurecer
a Don Quijote.
“En fin” (dos palabras a las que recurre mucho Don
Quijote para continuar la conversación) Que además de haber disfrutado con la
literatura de esta maravillosa obra, sin haberlo pensado hasta ahora, me doy
cuenta de que tengo algo de herencia cervantina aprendida de mis antepasados familiares todos campesinos, de los que al igual que Sancho en sus conversaciones siempre salían a relucir los refranes tan
socorridos en ciertos momentos para aportar su parecer de forma clara y
sencilla.
Dejo constancia
de algunos de los muchos refranes que
infinidad de veces escuche, y que siguen siendo frecuentes en mi forma
de expresarme.
Ande yo caliente riase la gente.
Donde una puerta se cierra otra se abre.
No con quien naces sino con quien paces.
De noche todos los gatos son pardos.
Rafaela.