De niños todos hemos soñado alguna vez con la noche de
Reyes, seguro que todos hemos tenido una noche en la que el deseo era más
especial que nunca.

Lo que deseaba con todas mis fuerzas aquel año de
1959, solo eran libros para seguir estudiando ¡No era tanto lo que pedía! era
solo los libros necesarios y por supuesto el permiso de mi padre para continuar
en la escuela.
Ya sabía que la escuela había empezado en Septiembre,
y que todas las compañeras habrían vuelto a ella (no las había vuelto a ver desde
que terminaron las clases). La decisión de que no iría más, la habían tomado mis padres en Julio cuando
terminó el curso y se que me costo días y días de llanto, repitiendo que no
había terminado, que justo en ese ultimo año es cuando mas interés le había
puesto y entendía perfectamente lo significaba estudiar. Les contaba que la
maestra me consideraba en el grupo de las que tenían cualidades para continuar
y llegar hasta el bachiller. Nada les hizo cambiar de idea. ¡Tú ya sabes las
cuatro reglas! Me decían. Mas que suficiente para una “mocita” ¡Si eso mismo lo
pidiera tu hermano seria otra cosa, pero las chicas tienen que aprender a coser,
a guisar y a cuidar niños!
Pase aquel verano entretenida cosiendo donde Emilio,
el sastre de la estación de La Garganta. A últimos de octubre nació mi hermano.
Ni siquiera este acontecimiento tan esperado me hacia olvidar que podía haber
seguido yendo a la escuela, por eso cuando se acercaba la fecha de Reyes tenia
la ilusión y lo repetía una y mil veces. Si pudiera pedir algo para esa noche
tan mágica, seria esos ansiados libros, no importaba que fueran muchos y
difíciles, yo me los aprendería todos de carrerilla como aprendí aquellas lecciones cantadas a coro, los Reyes
Godos o el poema de “La Vaquera de La Finojosa” o la tabla de multiplicar
cantada con aquel soniquete tan peculiar.
A lo largo de
la vida y en distintas situaciones eché en falta muchas veces los estudios. Me
tuve que conformar con lo que me enseñó la escuela de la vida, aprendiendo de
todos los que fui encontrando por el largo recorrido de mis días.
Dicen que se suele inculcar a los hijos lo que a uno
nos quedó pendiente de hacer en nuestra vida. Ese fue mi caso, un poco obsesionada
les hice ver a los míos una y otra vez las ventajas de tener estudios en la
vida. Tuve suerte, mis tres hijos fueron magníficos estudiantes y me premiaron consiguiendo estudios superiores, lo
que desde muy pequeños les contaba que a mi me hubiera hecho tanta ilusión tener.