No hablo de uno, ni de dos, sino de muchos mirlos que en esta época del año alegran el amanecer en el campo. Llevo años observándoles y por más que los miraba, nunca pude saber tanto sobre ellos.
Hoy quise saber de su vida y costumbres, he sabido lo que difícilmente podía aprender de ellos con pasarme horas mirándoles. Son muy astutos y se mueven en el suelo dando saltitos, cuando vuelan lo hacen con vuelos bajos y no muy largos, hacen sus nidos en setos de jardines, aligustre, y debajo de alguna teja de tejados bajos.
Disfrutar de su canto sobre todo al amanecer y al caer la tarde, es todo un placer, por la infinidad de gorjeos que puede tener en sus trinos. Se puede decir que el mirlo silba, toca la flauta, llama o charla.
Había podido comprobar que no canta igual el mirlo de Madrid, que el del campo, pero no sabía porque. Es por su capacidad de imitar todos los sonidos que tiene a su alrededor. Si lo escuchas detenidamente creerás estar escuchando distintos pájaros por la facilidad de cambios que puede tener.
Canta desde enero hasta la última semana de julio y con más intensidad en primavera, en la época de apareamiento y cuando reconstruyen el nido que reutilizan de un año para otro. Esta especie es monógama, la fidelidad es la regla general hasta la muerte de uno de los dos. Se alimenta de insectos y frutas.
Siempre he mirado el mirlo negro, que es el más común en la zona. Es de un negro intenso azabache que contrasta con el amarillo del pico y un aro alrededor de los ojos también amarillo. Por más que buscaba nunca supe diferenciar la hembra del macho, ahora se que la hembra es de color mas parduzco, y se mueve menos que el macho porque se ocupa todo el tiempo del nido. A veces suelen tener hasta tres generaciones por año.