Cuando llegué a Conquista (empezando la adolescencia) todo era nuevo para mí, acostumbrada al silencio y la tranquilidad del campo, en el pueblo todo era un movimiento de gente, el trino de las golondrinas en las ventanas al amanecer, el sonido de los carros por las calles, la estación con el paso de trenes y automotores de la época, comercios y bares, la Iglesia en domingos y días de fiesta. Una perspectiva de vida totalmente distinta a la que habíamos vivido hasta entonces. Supongo que nuestros padres pensaron que seria lo mejor para todos.
La casa era grande y bonita, por lo menos me lo parecía en aquel tiempo. La planta baja era tienda de comestibles, muchos balcones en la planta primera, y termina en una azotea desde donde se puede ver todo el pueblo. Esta azotea, la fachada principal, y un grifo de agua corriente en el patio fue lo que mas me gusto al llegar. (Naturalmente era algo a lo que no estábamos acostumbrados)
Ya quedaban atrás las buenas lumbres en la chimenea, ahora para cocinar teníamos cocina de gas y para calentarnos brasero de picon.
Creo que llegamos en primavera, recuerdo haber pasado unas fiestas que seria San Gregorio, estas se celebran el 9 de mayo.
En estos días de feria conocí a mis primeras amigas. Podía nombrar muchas, pero ahora recuerdo a Manoli de la estación, así es como la llamábamos por entonces. A ella le encantaba leer, y pasaba por mi puerta para cambiar los tebeos, pero antes me los dejaba a mí, con lo cual el entusiasmo por la lectura que yo tenia, aumentó hasta tal punto que tenia que esconderme de mi hermano. (El decía que los tebeos me hacían imaginar príncipes que no existían en la realidad) Un mes después fue una buena manera de pasar mis ratos cuando tuvimos que guardar luto. “En aquellos años el luto por una madre era muy riguroso”
Pasaron algunos meses y a Manoli deje de verla, otras amigas me dijeron que se marcho a Madrid. Nunca más nos vimos en 50 años, hasta el año pasado que volvimos a encontrarnos gracias a Internet. Ahora su nombre es Manuela, me resulto un poco difícil dar con ella, al no acordarme de los apellidos, la reconocí en una foto, y la alegría al saber la una de la otra fue inmensa.
Al marchar Manoli, quedaron otras amigas, Maria Gloria, Luisa, Manolita, Isidora, Catalina, y alguna mas que olvide los nombres, todas ellas nos acompañaron en muchos momentos cuando no salíamos de casa.
Durante el día iba a coser a casa de la tía Vitoriana, o donde la vecina Maria Juana, luego también estuve bordando con Maria Gracia, y cuando anochecía a casa de la abuela Josefa a dormir, así fue durante el primer año. Por el miedo que teníamos de estar en casa, durante el día ya se pasaba mal, pero aun peor cuando llegaba la noche.
Como el luto se hacia eterno, ni los tebeos de Princesas, ni del Capitán Trueno o Roberto Acazar, era suficiente para ocupar la mente de una juventud que no se detenía. Me busque una excusa para poder salir. La Iglesia fue mi salida, los Domingos a misa, y todos los días al Rosario, y si había alguna misa de difuntos tampoco me la perdía. De esta manera me aprendí los misterios del rosario y las oraciones sin ningún problema.
Repasaba con la mirada una y otra vez la imagen de Santa Ana con la Virgen niña, la de San Gregorio, todos los rinconcitos del altar, hasta que al final los ojos se paraban en los dos monaguillos que ayudaban en la misa, sobretodo miraba a uno en especial, y creo que él también me miraba. Seria porque ellos eran de la misma edad, que las dos o tres amigas que íbamos "ese era nuestro entusiasmo de tanto ir a misa"
Todas las demás eran señoras mayores, mas el cura y el sacristán. ¡Entonces creo que tenía su lógica, mirar al cura era mas aburrido!